«Todos tenemos un poco de Tartufo»

Pepe Viyuela encarna a Tartufo en una versión de Ernesto Caballero

Por Ane Ontoso

No se fíe de nadie. Las apariencias engañan. Y si no que se lo cuenten a Tartufo, que llega al escenario para hacer de las suyas. Usted verá en el cartel a un señor con latas a modo de bigudís, pero es un trampantojo. Lo único seguro es que lo encarnará el actor dilecto Pepe Viyuela, que está viviendo un año especialmente duro por la «inevitable» pérdida de su madre. Se encuentra «de duelo, aunque tranquilo» y está recibiendo el apoyo de su familia, a la que adora. De su mujer y sus hijos, que acarician la treintena.

El ‘payaso’ más bienquisto llega al pueblo marinero cargado de una «ilusión tremenda» y rodeado de «magníficos compañeros» para irradiar «esa fuerza que siguen teniendo las palabras de Molière», un «genio inmortal y talentoso» con un discurso «atemporal y universal». El texto de Ernesto Caballero está jalonado de «constantes alusiones a Dios y al catolicismo» para «no traicionar» al clásico. Una versión que opta por la parte «más dura y oscura» de Tartufo. «Nos parecía un personaje que debía caer muy mal», cuenta.

Encarna a Tartufo, un impostor, ¿cómo lo lleva?
Bien (ríe), lo que más nos gusta a los actores es hacer personajes extremos, que estiren y prolonguen tanto las bondades como las miserias del ser humano. Es muy divertido interpretarlo. En este caso, Tartufo representa el ser más mentiroso e hipócrita que uno pueda imaginar, cargado de razones a la hora de intentar conseguir aquello que se propone a cualquier precio. Todos tenemos un poco de Tartufo. En mayor o menor medida, y hay algunos superlativos.

Así que hay muchos Tartufos.
Estamos llenos y plagados de ellos (risas), además en todos los ámbitos de la sociedad. Y me incluyo, no me voy a salvar. ¿Quién no va con dos caras por la vida? ¿Quién no intenta caer muy bien o de pronto halagar a alguien para conseguir algo? Todos caemos en eso en algún momento.

Tengo mucho que ver con el personaje de las sillas que me gusta tantísimo por el placer que me provoca ver reír a la gente»

Tartufo es un falso devoto.
Un hipocritón. El personaje va vestido completamente de negro. Un aspecto crudo cercano a esos gurús, esa especie de rasputines que dominan o intentan dominar a la gente que tienen alrededor. Hemos tratado de que tenga algo que ver también con la austeridad que tienen los grandes gurús de la informática con cierto aspecto desaliñado, pero pulcro.

¿Comedia o drama?
Comedia, sin duda alguna. Es mi elemento, lo que más me gusta. Quizá por el egoísmo, porque me encanta ver reír. En momentos como estos, en los que se ha instalado una cierta depresión en la sociedad, la comedia tiene una función y un valor incalculable.

La lleva innata. Quedan para siempre aquellos ‘sketches’ como ‘La Odisea’, por el que a muchísimos a menudo nos bautizan como ‘Pepe Viyuela’. Pero ¿cómo es en realidad?
(Piensa unos segundos) Tengo mucho que ver con ese personaje, el de las sillas, ese payaso que sigo representando y que me gusta tantísimo, precisamente por el placer que me provoca ver reír a la gente con esas cosas que hace. De hecho él nace de mí. Sí, soy torpe. Y de alguna manera también soy bastante tímido, aunque luego por las circunstancias tenga que defenderme.

¿De verdad?
A lo mejor me equivoco, muchas veces somos grandes desconocidos para nosotros mismos, pero creo que soy bastante tranquilo, poco ambicioso en el sentido material y con ganas de pasar desapercibido. No me seduce la fama.

¿Prefiere el anonimato?
Sí. Prefiero, sobre todo, ser espectador de la vida. Además un actor tiene que mirar mucho, tiene que aprender mucho de cómo se comportan los demás.

¿La obra hace reflexionar?
Sí, las comedias de Molière tienen una carga de profundidad enorme. No tienen nada de frívolas. Cada una de las frases y de los guiños tienen mucha carne y todos nos sentimos apelados por lo que dicen. A pesar de haber sido escrito en el siglo XVII, parece que acaba de salir de la mente del autor. Hemos cambiado tecnológicamente, pero seguimos siendo iguales… incluso que nuestros antecesores de las cavernas.

Va todo tan deprisa que vamos a vivir cosas que ahora mismo ni sospechamos»

Tartufismo activo

¿Volverá a las redes sociales?
No lo tengo previsto. No es un lugar donde haya posibilidad de establecer un diálogo profundo, extenso. Allí uno dice lo primero que se le ocurre, y hay muchísimos que se esconden en el anonimato para agredir, insultar o amenazar. No me parece un ambiente sano. Están haciendo mucho daño y hay que comenzar a regularlas.

¿Cómo?
Quizá para empezar a ello no habría que, al menos, participar tan activamente en ellas. Es otro ejemplo de tartufismo clarísimo. Desde ahí se manipula con una facilidad tremenda hasta el punto de poder llegar a condicionar el voto en unas elecciones.

Asusta.
Esa sensación de persecución permanente que uno tiene cuando lleva el teléfono en el bolsillo, no me gusta nada. Si encima añadimos a toda esa marabunta bastante negativa que se respira en unas redes más que en otras, no me resulta apetecible. Prefiero otro tipo de ámbitos a la hora de debatir, hablar o compartir opiniones.

¿Por ejemplo?
La mesa de mi casa me es mucho más enriquecedora que perder el tiempo en redes sociales diciendo cosas que no van a ningún sitio y que van a ser escuchadas ya tendenciosamente por muchos. Ni siquiera se van a parar a pensar qué quieres decir. No me interesa. Tengo la sensación, además, de que están empezando a quedarse viejas y a necesitar una revisión.

¿Se hará?
Probablemente cuando ya se hayan convertido en algo negativo. Hay que replegarse un poco ante ellas y volver a la vida del paseo, del campo, de la conversación sana, y no caer tanto en ese mundo tan superfluo y tan lleno de mentiras. Va todo tan deprisa que vamos a vivir cosas que ahora mismo ni siquiera sospechamos.

Llega el metaverso.
Con su presentación me quedaba congelado de miedo. Se nos vendió mejorar la comunicación entre las personas y se ha conseguido todo lo contrario. Ahora quieren vendernos una moto muchísimo más peligrosa y que ni siquiera sabemos conducir. ¿Dónde nos va a llevar esa virtualidad permanente?

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