«En Euskadi se ha avanzado mucho en entender que el desarrollo sostenible es un modelo»

Para la directora de UN Etxea, la crisis climática y la conciencia social son dos de los retos inminentes a los que se enfrenta la Agenda 2030

Por Laura A. Izaguirre

En 1991 nació en Bilbao Unesco Etxea con el compromiso de promover en Euskadi los principios y programas de la Unesco. Bajo la nueva denominación de UN Etxea desde hace dos semanas, «llevamos 31 años trabajando como asociación desde Euskadi y con Euskadi para contribuir a transformar los retos de las sociedades, del desarrollo sostenible, la igualdad, los derechos humanos… tanto al amparo de la Unesco –el espacio de Naciones Unidas que se dedica a construir la paz, la educación, la cultura…– como de otras agencias», explica Arantza Acha, directora de UN Etxea-Asociación del País Vasco para la UNESCO.

¿Cuál es la misión de UN Etxea?

Somos una asociación de personas e identidades comprometidas por la transformación hacia el desarrollo sostenible y los derechos humanos que tiene como referencia el espacio de Naciones Unidas. Queremos contribuir a que las personas y entidades que lo quieran se transformen para cambiar la realidad y poner a las personas y al planeta en el centro; lo que ahora mismo se conoce como Agenda 2030 y que llevamos trabajando desde mucho antes de que ésta se adoptara. Desde UN Etxea participamos muy activamente en el proceso iniciado en 2012 para definir la agenda global de desarrollo, un proceso de tres años impulsado por la ONU que permitió a entidades privadas, públicas, ayuntamientos, sociedad civil, gobiernos autonómicos y estatales, y cualquier persona o entidad que quisiera aportar en esa reflexión mundial sobre cuáles tenían que ser prioridades absolutas para la Humanidad en el plazo de 2015 a 2030. Participamos muy activamente en los procesos de negociación de Río de Janeiro, Nueva York, París… pero también lo trajimos a Euskadi haciendo encuestas a pie de calle, reuniones con agentes clave, y llevamos el aporte desde el territorio hacia donde tenemos que construirnos como sociedad. Cuando en 2015 se aprobó la agenda con los 17 ODS vimos que era una hoja de ruta válida y útil para construir nuestro territorio desde una perspectiva más solidaria, integrada e igualitaria, y desde entonces trabajamos sin descanso para que ocurra. Lo hacemos a través de formaciones a profesores, alumnos, agentes culturales, ayuntamientos, diputaciones y gobiernos, empresas privadas…, a cualquier entidad que tiene interés en conocer mejor qué es la agenda y cómo puede incorporarla; a través de alianzas con las instituciones públicas, y a nivel global. Porque es una agenda internacional que queremos que ayude a transformar Euskadi y también otros territorios.

«A nivel global los indicadores señalan que hemos retrocedido desde 2020 por la pandemia, la guerra…»

¿Vamos por el buen camino hacia la consecución de los objetivos de la agenda 2030?

La Agenda tiene sus metas, objetivos e indicadores. A nivel global, en lo que a indicadores se refiere, vamos mal, hemos retrocedido desde 2020 a causa de la pandemia, de la guerra Rusia-Ucrania… Pero si somos capaces de entender la agenda como algo transversal deberíamos saber que cuando tratamos de paliar los problemas de la pandemia, también estamos trabajando la Agenda 2030, o que cuando lidiamos con problemas energéticos también hablamos de Agenda 2030. Con Euskadi soy más optimista porque creo que se ha avanzado mucho en entender que el desarrollo sostenible es un modelo, y cada vez encontramos muchísimos más agentes –no solo instituciones públicas, también del sector privado, la sociedad civil, organizaciones, asociaciones, universidad…– que creen en la posibilidad de este modelo, en ser parte de él y transformarlo. Si miramos a otras zonas a nivel internacional eso no lo encontramos, hay muchos sitios en los que se cuestionan los derechos humanos, la igualdad de género, la necesidad de la lucha contra el cambio climático y vemos con preocupación y sorpresa que hay movimientos anti Agenda 2030.

¿Cuáles son los principales desafíos que tenemos por delante a corto-medio plazo?

El medioambiental. La crisis climática es uno de los síntomas de la degradación medioambiental, y es el más urgente porque llevamos 40 años recibiendo avisos de la comunidad científica de que puede llegar un punto de no retorno, y cada vez estamos más cerca de él. Lo importante es que al hacer estrategias para revertir esa agresión medioambiental tengamos en cuenta a las personas, por eso se habla de transición justa, de la diferencia entre entornos rurales y urbanos… Y eso está muy vinculado al desafío alimenticio, que es algo que a nivel ciudadano aún no se conoce porque en nuestro entorno estamos más preocupados por la inflación porque tenemos acceso a alimentos, pero a nivel global hay sistemas alimenticios y de distribución que están muy debilitados. Hay una crisis muy grande en ciernes que va a derivar en mayor complicación, pobreza y mayores conflictos. Y muy vinculadas a esto están las crisis sociales, de desigualdad. Por ejemplo, los jóvenes cada vez tienen más difícil desarrollar un proyecto de vida digno. Se llama el reto demográfico, pero no solo se trata de la natalidad, sino de que no hemos encontrado aún cómo equilibrar los flujos de personas y cómo enriquecernos a través de ellos. Y para mí esos dos retos, el medioambiental que transiciona al demográfico, son en los que debemos poner la mirada.

¿Qué podemos hacer a nivel social para empujar a que se cumplan los objetivos? ¿Estamos realmente concienciados?

No estamos concienciados. Todos los estudios demuestran que la ciudadanía es la última que entiende y se compromete con la Agenda 2030. No sé si a nivel de ciudadano tenemos que comprometernos con cada ODS, pero sí, por ejemplo, con el 12, que es el de consumo, porque viviendo en la sociedad de consumo tenemos una gran capacidad de transformación a través de unos hábitos que nos permitan consumir menos, que sea producto local, de tecnología más responsable y sostenible… Ahí sí que tenemos capacidad para hacerlo e información de cada producto que llega (de dónde viene, en qué condiciones se ha hecho, con qué impacto…), y si fuésemos un poco más conscientes iríamos transicionando a hábitos de consumo más sostenible ambiental y socialmente. Por ejemplo, la moda es uno de los cuatro grandes mercados de mayor insociabilidad medioambiental y social por las condiciones en las que se elabora la ropa en muchas partes del mundo. Eso lo sabemos, pero la gran pregunta es en qué medida estamos dispuestos a hacer esos cambios en nuestro día a día.

¿Hacía dónde debe ir el futuro?

Hacia el bien común. Ahora mismo hay un crecimiento del individualismo, no porque seamos más o menos egoístas sino porque las inercias nos llevan ahí (los mensajes comerciales nos llevan a lo cómodo, a lo inmediato, a lo fácil y a lo rápido). Debemos intentar trabajar contra eso, pero es muy difícil porque es contra cultural. Tenemos que intentar consumir el producto más cercano, cuestionarnos qué consumimos, a dónde viajamos y qué impacto tiene. Nos hemos amoldado a una vida más cómoda, rápida, inmediata y fácil que tiene muchas consecuencias. Tenemos que hacer una lectura más clara y comprometernos con el activismo, ser parte de los movimientos sociales, proteger a las personas más vulneradas, o ser partícipes de forma pública o política, por ejemplo.

«Hay que aprender del activismo de los jóvenes»

«A nivel de causas sociales y medioambientales en nuestro territorio, las personas jóvenes nos llevan la delantera en la sensibilización y el compromiso, así que tenemos que saber alimentarlo y potenciarlo. Aprender de ese activismo de las personas jóvenes, que es muy diferente al que tenemos otras generaciones, pero que también es transformador», defiende Acha. E intentar hacerlo abordando la Agenda 2030 de forma total, es decir, a través de acciones que intenten integrar diferentes ODS para ofrecer una visión más completa.

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