BOS: El siglo de una iniciativa feliz
La Bilbao Orkestra Sinfonikoa sopla sus primeras cien velas en plenitud de facultades y lista para seguir dando forma a un proyecto musical clave para la vida cultural de Bizkaia
El 8 de marzo de 1922, en China se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Más cerca, en Madrid, las convulsiones políticas que siguieron al Desastre de Annual se llevaron por delante al gobierno de Antonio Maura y Francesc Cambó, que fue sustituido por el ejecutivo encabezado por José Sánchez Guerra. Estas noticias y otras de ámbito más local seguro que no estaban entre las principales preocupaciones de los músicos de la Orquesta Sinfónica de Bilbao que ese día, dirigidos por el belga Armand Marsick, ofrecieron su primer concierto en el Teatro Arriaga.Pese a que en ese momento no se podía saber, cuajaba por fin la orquesta por la que llevaba más de medio siglo suspirando una burguesía ilustrada y amante de la cultura. El impulso inicial llegó de la mano de los miembros más melómanos de ‘El Escritorio’, un club integrado por personas que amaban la cultura y la buena vida. Desde un lugar llamado ‘El cuartito’, empezaron a programar conciertos y charlas. Fue el germen del que surgieron gran parte de los elementos claves en la vida musical de la villa y Bizkaia, como la Orquesta Sinfónica de Bilbao, en cuyo nacimiento tomaron parte Juan Carlos Gortázar, Javier Arisqueta y Lope Alaña, conocidos como los ‘tres apóstoles de la música’.
Cien años después de aquel concierto fundacional, en el que se interpretó la obertura ‘Patria’ de Bizet, ‘El preludio’ de Saint-Saëns, la ‘Rapsodia noruega’ de Svendsen, la Sinfonía ‘Nuevo Mundo’ de Dvorák, una selección de ‘Los maestros cantores de Núrenberg’ de Wagner y la obertura de ‘Le roi d’Is’, de Lalo, la BOS ha ofrecido más de 4.700 conciertos.
Un repaso a los autores más interpretados por los músicos de la orquesta sinfónica desvela el peso que han tenido las partituras de Beethoven y Mozart (1.076 y 820, respectivamente) entre los compositores foráneos, Arriaga (389) y Ravel (343) entre los vascos, mientras que Manuel de Falla (262) lidera el repertorio español.
Vicisitudes
El arranque de la BOS en aquellos felices años 20 fue prometedor. Su música contó con la presencia de solistas invitados de la talla de Kreisler, Rubinstein, Thibaud, Iturbi, Piatigorski, Zabaleta o Sainz de la Maza, a los que dirigió Jesús Arámbarri en el podio.
Sin embargo, pronto llegaron los vaivenes. Y es que la historia de la Orquesta Sinfónica de Bilbao va más allá del listado de nombres, números y las grandes piezas y conciertos que jalonan esta trayectoria centenaria. El largo camino recorrido desde 1922 representa un recordatorio de algunos de los años más convulsos del siglo XX en España en particular y Europa en general: una guerra civil, tras la cual la orquesta pasó a ser de titularidad municipal, 40 años de dictadura, una contienda mundial, las tensiones nucleares de la guerra fría, crisis económicas como la del petróleo… Amenazas y preocupaciones frente a las que la música de la orquesta, en constante crecimiento, ejerció de remanso de paz, de feliz paréntesis para solaz de los más melómanos.
La entrada de la Diputación pareció sellar la consolidación de la BOS, pero durante la Transición se colocó al borde mismo de la desaparición. Sin director titular durante una década ni temporada de conciertos en sentido estricto, la formación sobrevivió gracias al mecenazgo del empresario Luis Olarra. Las dudas sobre su continuidad crecieron cuando se conoció la intención del Gobierno vasco de crear otra orquesta que diera conciertos en la comunidad autónoma y Navarra.
La inestabilidad y el riesgo real de disolución abocó a muchos de sus músicos a buscar otros destinos, lo que abrió la puerta a decenas de intérpretes procedentes de países del Este. En el apartado institucional, las sombras se disiparon tras la implicación del Ayuntamiento y la Diputación. La salida de la UCI llegó acompañada de un enorme salto de calidad. La dirección de Juanjo Mena y la firma de un contrato con el sello Naxos para la grabación de un puñado de obras de músicos vascos ayudó a la BOS a depurar su sonido, se hizo fuerte en el sinfonismo postromántico y adquirió la versatilidad precisa para acompañar en el foso a los ciclos de la ABAO.
La construcción del Palacio Euskalduna le proporcionó una sede propia a la altura de los grandes auditorios europeos. Y las giras nacionales e internacionales le proporcionaron importantes éxitos, entre los que destaca el concierto en el Mariinsky de San Petersburgo en 2003.
Actividades para un centenario
El programa de actividades previsto para celebrar este cumpleaños tan especial se extenderá a lo largo de los próximos doce meses. El Concierto del Centenario tendrá lugar este jueves y viernes en el Palacio Euskalduna. Las obras escogidas pertenecen a Maurice Ravel, el más reconocido compositor vasco, que además dirigió la orquesta el 10 de noviembre de 1928, y Gustav Mahler, de quien la BOS interpretó por primera vez en diciembre de 1929, solo 24 años después de su estreno en Colonia, el Adagietto de su 5ª Sinfonía. En esta ocasión, la pieza elegida encierra un guiño a la dura época que atraviesa la humanidad: ‘Resurrección’. Al podio se subirá el director norteamericano Leonard Slatkin. Otra de las citas imprescindibles será el concierto organizado junto con el Museo Guggenheim, coincidiendo con el 25 aniversario de la pinacoteca. La vertiente musical dejará espacio a otras iniciativas igual de estimulantes, como un cómic de Kike Infame, un mural en Olabeaga, una exposición itinerante sobre estos cien años o un ciclo de conferencias.
«El centenario debería verse como el comienzo de una vida aún más larga»
El estadounidense Erik Nielsen (Iowa, 1977) lleva empuñando la batuta de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa desde hace siete años. Inmerso en la preparación de una ópera en Ámsterdam, volverá a ponerse al frente de la formación en el concierto que cerrará las celebraciones del centenario.
¿Qué supone para un director tan joven estar al frente de la BOS en su centenario?
Me lo tomo como un cumplido, porque no me siento tan joven. Quizás mucha gente me ve como a una especie de jefe, pero no me considero tanto un director de orquesta, soy más bien un ‘facilitador’. La responsabilidad es mucho mayor de la que tiene cualquier otra persona y una historia de 100 años es mucho más grande que cualquiera de nosotros.
En los años que lleva dirigiendo a la orquesta, ¿qué le ha aportado a sus músicos y repertorio?
Esa podría ser una pregunta para los músicos de la BOS. Mi profesor siempre decía que el director es el entrenador en los ensayos y el ‘quarterback’ en los conciertos. Sin embargo, una orquesta, al revés de lo que ocurre con un equipo deportivo, tiene miembros de edades muy diferentes. Jóvenes músicos, dotados, a menudo inexpertos, se unen a un grupo de profesionales de mayor edad y más experimentados. Así que solo podemos convertirnos en un equipo si tenemos un objetivo musical y una interpretación de las obras similar, y ese es mi trabajo. Honestamente, prefiero interpretar música que es nueva para la BOS, en el sentido de ‘desconocida’. Cuando dirijo una pieza más conocida, en los conciertos tengo a menudo la sensación de que de repente, en el momento de mayor intensidad, aparecen distintas interpretaciones de la obra. Para algunos, eso es excitante, pero yo lo encuentro desorganizado. Me siento mucho más satisfecho cuando estamos abordando un nuevo trabajo juntos. Eso fuerza a los músicos a unirse y funcionar como un equipo. Recuerdo con claridad cuando interpretamos la Sinfonía número 2 de Charles Ive. El lunes era ‘¿por qué estamos tocando esto?’; el jueves, ‘es una pieza bastante buena’; y el viernes, ‘deberíamos tocarla otra vez’.
A la inversa, ¿en qué medida ha crecido usted como profesional de la música?
Actualmente hay dos destacadas escuelas de directores. La tradición operística alemana, que anima al director a tocar el piano en un teatro de ópera y elaborar un repertorio, y la más moderna escuela finlandesa, que consiste primero en tocar bien un instrumento y más tarde dirigir un repertorio sinfónico. La escuela alemana requiere una mayor inversión de tiempo, lo que la ha dejado desfasada debido a que ahora lo que se aprecia es el talento que surge de la noche a la mañana. Tengo la suerte de pertenecer a ambas. Crecí tocando el repertorio sinfónico como oboísta y arpista en muy buenos conservatorios y orquestas, y después tomé la decisión de parar e ir a un teatro de ópera alemán, en Fráncfort, para realizar mi repertorio operístico como pianista. Vine a Bilbao en 2012 como director de ópera, pero en 2015, ya como director jefe, dirigí la mayor parte de las obras por primera vez, aunque las había tocado a menudo como músico. Haber tocado el oboe en una sinfonía de Brahms es un buen primer paso para dirigirla, lo mismo que abordar los cuatro actos de ‘La Noche de Fígaro’ como pianista durante seis semanas de ensayos es un gran entrenamiento para dirigir más tarde la obra maestra de Mozart. Así que estoy enormemente agradecido a mi etapa en la BOS, porque aquí puedo elaborar un gran repertorio musical.
¿Hay algún rasgo de su estilo del que esté especialmente orgulloso?
Trabajé mucho con James Levine, y una vez me dijo que dirigir no es una elaborada forma de danza. Desafortunadamente existe la imagen de un director bailando con la música. No soy capaz de hacer eso. Odiaba estar sometido a ello como músico y odio verlo cuando estoy en un concierto. ¡Uno deja de escuchar la música y empieza a mirarla! Mi objetivo es proporcionar a los músicos de la BOS lo que necesitan para actuar, y al mismo tiempo no ofrecerles ruido visual que les distraiga, de modo que nuestro público pueda centrarse solo en escuchar la música.
De todos los conciertos que ha dirigido, ¿de cuál guarda un recuerdo más especial?
Me gusta la ópera ‘Mendi-Mendiyan’ de José María Usandizaga, que dirigí en el Teatro Arriaga. Nunca había dirigido nada de Usandizaga y disfruté mucho los meses que estuve estudiando la partitura por su increíble lenguaje musical. La Sinfonía Nº 7 de Bruckner fue también una experiencia especial para mí y un ejemplo de cómo la BOS se había beneficiado del trabajo colectivo de mis predecesores, Juanjo Mena y Günter Neuhold. Esta obra requiere un trabajo en equipo para crear un sonido perfecto, y la BOS la tocó de manera preciosa. Pero para esta pregunta, en general suelo decir que el recuerdo más especial es el del último trabajo que hemos realizado.
¿Habrá muchas sorpresas esta temporada del centenario?
¡Espero que no! Estoy cansado de tener que adaptarme a pandemias y ahora incluso a guerras. Pero es bueno recordar que en sus 100 años de historia, la BOS ha resistido muchos retos: una guerra mundial, fascismo, enfermedades, tensiones políticas, recesiones… Hay algunas orquestas que ya han cumplido 400 años, otras tienen incluso más de 500, como un árbol maravilloso. Mañana nos uniremos al prestigioso club de las orquestas de 100 años. Es algo para celebrar pero también debería ser visto como el comienzo de una vida aún más larga, si Dios quiere.
«Bilbao le debe a la BOS gran parte del avance de la cultura»
Freyr Sigurjónsson aterrizó en Bilbao en agosto de 1982, con 24 años, y cuatro décadas después sigue a pie de escenario. Nacido en Islandia, se encontraba estudiando flauta travesera en Manchester cuando se enteró de que una orquesta buscaba nuevos músicos para relanzar el proyecto. Aquella prueba le cambió la vida para siempre. «En princio la estancia iba a ser corta, pero se fue alargando y hasta hoy», resume.
Sigurjónsson ocupó el puesto de solista de flauta y empezó a impartir clases en el conservatorio por la vinculación que tenía la fundación de este centro formativo con la orquesta. El Bilbao que se encontró era gris, húmedo, sucio y carecía de la vida cultural de la que se disfruta ahora. Además, la sede de la BOS, ubicada en el número 4 de Colón de Larreátegui, era la metáfora perfecta de la situación tan precaria que atravesaba. «Había ventanas rotas por las que se colaba el aire, goteras… pero nos prometieron que las condiciones iban a cambiar», señala.
A estas incomodidades se añadía la imposibilidad de contar con una sala de conciertos estable. La reforma del Teatro Arriaga les obligó a peregrinar por escenarios de la ciudad que, por unas razones u otras, no estaban a la altura: el Teatro Campos, el Coliseo Albia y el Buenos Aires. «Tengo buenos y malos recuerdos de todos ellos. El Albia ganaba en acústica y amplitud; el más acogedor era el Campos, hubiese sido el candidato perfecto para la orquesta de no ser por su pequeño tamaño; y el Buenos Aires lo descartamos porque carecía de la infraestructura mínima para acoger los camerinos», repasa el músico. El Teatro Ayala también fue testigo de su música, pero «tampoco reunía las mejores condiciones».
La reapertura del Arriaga le brindó una anécdota inolvidable. «El técnico de luces no tenía mucha experiencia. En un momento dado, cuando estábamos tocando ‘Una vida de héroe’ de Richard Strauss, de repente se apagaron las luces y seguimos tocando a ciegas», se ríe.
Primeras giras
Las idas y venidas sufridas hasta la apertura del Palacio Euskalduna no fueron óbice para que la orquesta fuera creciendo en calidad. «Hubo que conocerse bien porque éramos un grupo con bagajes muy distintos, acoplar la forma de tocar… Pero en los años 90 empezamos a tener buenas críticas. Recuerdo con especial agrado una gira inmejorable por Madrid en la que tocamos la Sinfonía 7 de Shostakovich». El creador de San Petersburgo, el danés Carl Nielsen y Maurice Ravel son tres de los compositores a los que más admira. Sigurjónsson disfruta del repertorio vasco, «muy exigente para el flautista».
Junto a las giras nacionales e internacionales, el músico pone de relieve las colaboraciones con la ABAO, la Coral de Bilbao y, sobre todo, los conciertos de cámara que acercan la música de la orquesta a los pueblos de Bizkaia.
Tras echar la vista atrás, se muestra optimista sobre el porvenir de la BOS. «La orquesta va a llegar cada vez más lejos porque la cultura es futuro. Bilbao le debe gran parte del avance cultural experimentado por la ciudad», reflexiona. A este optimismo se agarra para superar el quiebro del destino que, en forma de fractura de codo por una desgraciada caída en la calle de la Cruz del Casco Viejo, le ha apartado del concierto especial del centenario. «Los festejos terminarán en marzo de 2023», recuerda.
«HE CONSEGUIDO UNO DE LOS GRANDES OBJETIVOS DE MI VIDA, AÚN NO ME LO CREO»
Tan solo 27 años ha necesitado Ane Aguirre para cumplir uno de sus sueños. En realidad han sido 18 si se tiene en cuenta que fue a los 9 años cuando optó por aprender a tocar la viola al matricularse en la Escuela de Música de Atotxa, en su San Sebastián natal. «En la ronda de reconocimiento de los instrumentos me llamó la atención su sonido, pese a que el tamaño le resta virtuosismo frente al violín. También influyó que la profesora era maja, fue todo ese conjunto el que me llevó a escogerla», recuerda.
Con Tabea Zimmermann, una de las mejores violistas actuales, Amihai Grosz, el solista de la Filarmónica de Berlín, y el francés Antoine Tamestit como referentes, Ane demostró pronto las cualidades que atesoraba. Su dominio de este instrumento de cuerda la llevó a formar parte de los encuentros de las jóvenes orquestas de Euskadi (EGO), España (Jonde), Holanda y la Gustav Mahler Jurgendorchester. La Jonde le permitió, por ejemplo, saldar con éxito el reto de tocar ‘Don Quijote’, una obra en la que los solos de viola son parte esencial del concierto. «Me impuso el público, pero al mismo tiempo fue muy emocionante y lo disfruté muchísimo», afirma.
El proceso de selección
Estas actuaciones le proporcionaron las tablas que necesitaba para afrontar el proceso de selección que abrió la BOS el pasado septiembre para incorporar un violista a su elenco. La interpretación de dos piezas frente al tribunal –la primera de ellas a ciegas, detrás de una cortina– y tres semanas de prueba en la orquesta le permitieron ser seleccionada entre las más de 160 personas que se habían inscrito. «Siempre me gusta ir preparada a las pruebas, pero hice un plus de preparación porque sabía que iba a estar más nerviosa», desvela.
El 18 de enero recibió la noticia de que se convertía en la música más joven de la formación. «Ese día por fin me pude empezar a relajar un poco tras la montaña rusa de emociones que había vivido», confiesa. Y es que son relativamente pocos los músicos profesionales que ven cumplido el sueño de tener plaza fija en alguna de las orquestas de su región. «Es algo por lo que he luchado tanto, tantos años estudiando y preparándome para lograr uno de los objetivos principales de mi vida: tener un puesto de trabajo en una orquesta».
Amante de los clásicos independientemente del estilo musical al que pertenezcan –compagina Bach, Beethoven, Brahms o Mahler con Sabina, Queen, Serrat o Natalia Lafourcade–, Ane Aguirre cuenta los días que faltan para su gran debut, que será ni más ni menos que el concierto del jueves con motivo del centenario de la BOS. Pero aclara que los nervios ya los ha dejado atrás. «Más que nervios siento muchísima ilusión y emoción. Tengo muchas ganas de empezar a trabajar. Además, empezar en semejante semana tan señalada en el calendario para la orquesta y con ese programa tan potente es muy especial», enfatiza.
Comienza para ella una carrera que la conducirá a pisar algunos de los grandes auditorios del mundo. Hay muchos donde ya actuó durante las giras que realizó con las diferentes jóvenes orquestas; en otros espera recalar pronto. «Si tuviera que elegir uno, me encantaría conocer el de la Orquesta Filarmónica de Berlín», sueña en voz alta al otro lado del teléfono. La nueva violista de la BOS asegura que aún no se cree lo que ha vivido. «Todo el mundo me dice que hasta que no pasen unos meses no me mentalizaré de lo que he conseguido». Está en ello.