La soledad, enemiga de la salud
Cuando no es deseada y se mantiene en el tiempo, puede repercutir de manera negativa en cuerpo y mente
Por Luis M. Díez
Las personas son por definición seres sociales que necesitan interactuar con sus semejantes. Las relaciones familiares y de amistad son, junto al ejercicio y una alimentación equilibrada, la mejor garantía para mantener un estado mental y físico óptimo. El confinamiento provocado por la Covid-19 fue un recordatorio de la importancia que tiene el contacto físico, un ‘lujo’ que está fuera del alcance de un número cada vez mayor de personas, ya sea por los efectos del incremento de la esperanza de vida, ya por la existencia de carencias emocionales, inseguridad o timidez.
Margarita López Azcona, psicóloga y miembro del Colegio Oficial de Psicólogos de Bizkaia, cita la frase que aparecía en un cuadro que le regaló el padre de un paciente. Junto a la imagen de un chico que estaba pescando solo, se podía leer: «La soledad es una fuerza que te aniquila si no estás preparado para soportarla pero que te lleva más allá de tus posibilidades si la aprovechas en tu propio beneficio». Por desgracia, son más las personas que sienten esa opresión que las que son capaces de utilizarla para crecer interiormente.
Los abundantes estudios sobre lo que se denomina soledad no deseada (SND) arrojan luz sobre una realidad tan compleja como preocupante. Un informe de la Comisión Europea publicado en 2021 asegura que la pandemia duplicó la cifra de ciudadanos que se sintieron solos, hasta alcanzar el 25%. «No podemos olvidar que este porcentaje se cuadruplicó en el caso de las personas entre 18 y 25 años, un colectivo del que se habla menos pensando, tal vez, que como son jóvenes van a superar sin problemas esos sentimientos», denuncia la directora del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada-SoledadES, Matilde Fernández.
Este organismo, una iniciativa de la Fundación ONCE, ha hecho público este año un informe sobre la percepción social de este problema que contiene datos para la reflexión. El 92,9% de las personas encuestadas considera que es un problema social importante, solo por detrás del desempleo, la economía y la salud, y el 80% lamenta su invisibilidad dentro del debate público. Además, el 70% dice conocer o creer conocer a personas en situación de soledad no deseada.
La exministra socialista cita otros informes que no solo aportan números, sino que también desvelan las consecuencias en la salud de la inexistencia de una red familiar o de amistades sólida. «El Instituto de Salud Carlos III, en un estudio desarrollado en tres países, uno de ellos el nuestro, concluye que una de cada cuatro personas mayores de 65 años sufre depresión y que ‘la epidemia de la soledad’ tiene un impacto negativo en la salud mental», explica. Otro trabajo, en este caso del grupo de investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico OPIK de la UPV-EHU, identificó una prevalencia de la SND mayor entre las mujeres (un 30% respecto a los hombres), los adultos jóvenes y en las clases sociales más desfavorecidas.
Todas las edades
Desde sus 25 años de experiencia, López Azcona recalca que la soledad no entiende de edades: «puede aparecer también en gente muy joven por problemas de timidez, inseguridad…, y en personas maduras que han perdido seres queridos o arrastran carencias y necesidades. Aquí se añade el peligro de que por miedo a la soledad formen relaciones de pareja inadecuadas, lo que se llama codependencia emocional».
El catálogo de consecuencias dañinas es muy amplio. La presidenta del Observatorio SoledadES afirma que «la soledad aumenta el riesgo de muerte en un 25% al estar asociada a mayores posibilidades de desarrollar enfermedades coronarias, accidentes cerebrovasculares, deterioro cognitivo o síntomas de ansiedad y depresión». Y el estudio de la universidad vasca ponía de relieve «el impacto en la salud podría ser mayor en los jóvenes que en los mayores».
La psicóloga, que completó su testimonio con las opiniones de dos pacientes, aconseja a las personas que soliciten ayuda profesional ante los primeros síntomas de malestar si ven que no pueden manejar la situación. Según dice, una de las claves del abordaje terapéutico de la soledad y sus efectos en el organismo reside en el «manejo emocional». «Identificar las emociones negativas y los pensamientos que las provocan es fundamental porque nos muestran que hay algo que nos está disgustando; a veces estamos enojados cuando en realidad lo que estamos es deprimidos o asustados», sostiene. Un primer paso que debería ir seguido de un trabajo personal para poner en práctica «técnicas de relajación, de comunicación, de mejora de las habilidades sociales para relacionarnos y aprender a vivir el presente», aclara.
Sensibilización y cercanía
La presidenta del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada-SoledadES, Matilde Fernández, propone una serie de medidas para abordar este reto propio, curiosamente, de «los Estados de Bienestar de las sociedades europeas». Considera, por ejemplo, que debería ponerse en marcha un Plan Estratégico contra la Soledad en España que concrete acciones locales que conduzcan al desarrollo de una «sociedad cuidadora». Asimismo, aboga por «investigar más para generar conocimiento y divulgar las buenas prácticas que tengan lugar aquí o en cualquier parte del mundo». Sin olvidar la «sensibilización y formación de profesionales para que trabajen en la solución de este problema, ni la potenciación de la vida comunitaria, social y cultural en los barrios». Fernández también subraya el papel que deben jugar los medios de comunicación desde una triple perspectiva: trato digno a las personas en sus momentos de fragilidad, información rigurosa alejada del sensacionalismo y elaboración de programas y reportajes que aborden estos temas dando voz a las personas afectadas.